miércoles, 26 de diciembre de 2012

Sin avisar.

Las cosas más importantes de la vida llegan sin avisar.

El día empezó como cualquier otro. El despertador sonó, como todas las mañanas: más alto que la mañana anterior. Así que, luchando y sufriendo por no volver a cerrar los ojos, fui desayunando, poniéndome el jersey y unos vaqueros rotos que me gustaban porque los llevaba un actor cuyo nombre no recuerdo en una película que olvidé. Llegaba tarde, pero la idea de entrar al instituto a bucear entre matemáticas, historia y química no animaban mucho a la presteza.

Aquella mañana nada hacía creer que algo importante pudiera ocurrir. Tony me esperaba como cada día encendiéndose un Fortuna. "Llegas tarde", me dijo. Tenía razón, como la tenía el día anterior y el anterior a aquel. Esperé a girar la esquina para pedirle un pitillo, no quería que mis padres pudieran verme con un cigarro en la boca.

Y así me encontraba yo; andando hacia el instituto con paso parsimonioso mientras jugaba con el humo de un Fortuna que se confundía con el intenso vaho en el que se convertía mi aliento en las mañanas invernales, cuando te vi aparecer corriendo por la esquina.  El plumas azul apenas dejaba ver tu incipiente silueta de mujer, unos vaqueros ajustados que dejaban ver la silueta de esas piernas, delgadas como espigas, llevabas los cordones desabrochados. Tu pelo empapado en aquella fría mañana me decía que a ti también se te había hecho algo tarde. Sufrí un escalofrío que poco tenía que ver con la temperatura . Y entonces con una lucidez impropia de aquellas horas agarré a Tony del brazo y mientras te señalaba le dije: esa chica será la madre de mis hijos.

Mi madre decía que con quince años no se pueden tener buenas ideas, que nada de lo que se diga a esa edad puede ser tomado en serio. Sin embargo no he vuelto a decir nada más en serio desde aquella mañana de invierno y jamás tuve una idea mejor que la de querer compartir mi vida contigo.

No vamos a decir que todo ha sido un camino de rosas, la vida no lo es. Tú y yo hemos reído y llorado casi a partes iguales. He enjugado tus lágrimas tantas veces como tú las mías y no me arrepiento de haber secado ni una sola de esas gotitas saladas que se deslizan por tu mejilla cuando te emocionas. Tus lágrimas y mis lágrimas; se han mezclado a menudo, porque somos dos, y eso significa que no existen tus lágrimas ni las mías, sino las nuestras.

Hemos crecido, aprendido, descubierto nuestros cuerpos en un largo día a día que, visto desde la distancia, ha durado apenas un instante. Hace un instante que me enamoré de una niña que llegaba tarde al instituto; una niña que todavía veo en tus ojos. Eres mi niña y estoy seguro de que cuando seamos unos ancianos arrugados frente a la playa te miraré y seguirás siéndolo. Siempre has sido mi niña, lo eres y lo serás.

Me han dicho tantas veces lo que me he perdido por amarte a ti y solo a ti desde que apenas podíamos pensar en la edad adulta, que lo normal es que alguna vez me hubiese planteado que tal vez fuese cierto. Pero no concibo la palabra amor sin que tu cara invada mi mente. No puede haber sensación más intensa que la sacudida que me recorre la espalda cuando me susurras un "te quiero". si esto no es amor, no envidio a los amantes.

Después de toda una vida contigo no puedo más que darte las gracias por cada sonrisa, abrazo, caricia y mirada que hemos compartido y decirte lo mucho que me ilusionan las sonrisas abrazos, caricias y miradas que nos quedan por compartir. Tengo que agradecerte que te hayas mezclado conmigo; que me hayas hecho mejor; gracias por la dicha infinita que me has dado dando a luz a esos hijos que un día predije que compartiríamos. Gracias por todo. En definitiva, gracias por demostrarme que si no es amor lo que siento por ti es que el amor no merece tanto la pena.

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