miércoles, 26 de diciembre de 2012

Carta de desamor.


Querida ...:

            He tratado muchas veces de escribir sobre ti, de contar nuestra historia, o más bien su fin. El hecho de que hoy te escriba estas palabras confirma mi fracaso. Nunca terminé ningún texto porque en ninguno conseguía decir lo que mi verdadero yo piensa de ti. No pasaba ni tan siquiera una página cuando la bestia arrebataba las palabras a mi mente. Era incapaz de recordar nuestro fin como pareja sin que ella desease hacerte daño de una u otra forma.

            Y yo no quiero hacerte daño. Nunca quise hacerlo y nunca lo haré.

            Así que por ello me enfrento hoy al frío del papel en blanco tras el que tu cara comienza a difuminarse. Voy a enterrar a la bestia, a reprimirla para que me veas a mí y tan solo a mí en estas líneas, para desnudarme por última vez ante ti y por primera vez ante mí mismo.

                    Me has arrebatado una familia que durante años tomé, quise y quiero como propia. Una familia que, al contrario de ti, me ha dado mucho más de lo que recibió nunca por mi parte. Me has arrebatado unos sueños de futuro contigo, los perros que nunca tuvimos, el pasillo rosa que jamás pintaremos. Nunca tomaremos el Sol en nuestro ático, nunca viajaremos a Francia, y me hago viejo sabiendo que no envejeceré contigo.

            Echo de menos la inocencia con que miraba alrededor cuando estuve a tu lado, la sensación de que todo estaba en orden, de que el mundo tenía sentido. Me has arrebatado los ideales. Me has dejado sin principios en los que creer. Y sin embargo te echo de menos.

            Sí, te echo de menos. O al menos echo de menos la chica que eras. Echo de menos tus expresiones de niña, simplemente tu sonrisa es un himno a la vida. No hay poeta en el mundo capaz de resumir la fortuna de lo cotidiano con mayor precisión y simplicidad. Tú tampoco. Ya no. Cuánto más lo pienso menos entiendo qué pasó por tu mente para aspirar a la “normalidad” cuando tuviste la fortuna de ser ESPECIAL. No entiendo por qué enterraste a aquella niña de la que yo estaba enamorado y que, cuando ahora te veo, no encuentro en ti. Si por un segundo te vuelves a cruzar con ella y te mira llorando por tenerla encerrada, si ves que le falta la sonrisa y está triste, dile que la quiero y que no creo que nunca deje de estar enamorado de ella.

            Echo de menos la absurda idea de que existía un lugar, sobre tu pecho y entre tus brazos en el que si recostaba mi cabeza nada podía pasarme, en el que estaba protegido de todo mal. Es tan difícil de recuperar esa confianza. Confiar en alguien es un milagro tan especial que no merece la pena tratar de describirlo. Y ahora pienso que es un error. Y trato de convencerme de que no lo es. Pero te veo en la cara de todas las chicas que me miran, te siento en cada piel que me roza y te temo en cada beso que doy. Te proyecto en toda aquella que puede estar a mi lado, pienso que si ella puede darme algo mágico mi concepto de magia eres tú. Y me hiciste tanto daño…

           Y a pesar de tanto daño, tanta decepción y tanto desamor no soy capaz de derramar una lágrima pensando en ti. Intento ahogarme en el llanto, que él me ayude a sacarte de mí gota a gota para que por fin tu nombre sea pretérito para mi corazón. Y un resorte dentro de mí me lo impide con crueldad, haciendo que el pasado me ahogue segundo a segundo, notando tu presión sobre mí, pegándote a mi alma, monopolizando mi pasado, frustrando mi presente y robando mi futuro.

            Por eso quiero que estas líneas supongan la despedida final. Reconociendo, aunque me duela, que ha sido un placer haberte conocido, que tú me has hecho pasar los momentos más felices que jamás tuve, que gracias a ti sé a lo que sabe el amor y sabiendo que cuando leas estas líneas la niña de la que me enamoré, esa que aún vive en una pequeña celda dentro de ti, gritará con todo su alma una verdad que te taladrará los tímpanos: “te equivocaste de hombre”.

            Se queda en el papel todo aquello que me ha hecho sufrir por ti. Que esto sirva para hacerme ver definitivamente que tú no eres quien eras y que amo a un fantasma cruelmente asesinado. Espero que a partir de hoy me dejes ver los ojos que me miran, sentir la piel que me toca y saborear los besos que me dan. Porque tengo que dejar de amarte, dejar de odiarte y empezar a llorar por ti. 

Sin avisar.

Las cosas más importantes de la vida llegan sin avisar.

El día empezó como cualquier otro. El despertador sonó, como todas las mañanas: más alto que la mañana anterior. Así que, luchando y sufriendo por no volver a cerrar los ojos, fui desayunando, poniéndome el jersey y unos vaqueros rotos que me gustaban porque los llevaba un actor cuyo nombre no recuerdo en una película que olvidé. Llegaba tarde, pero la idea de entrar al instituto a bucear entre matemáticas, historia y química no animaban mucho a la presteza.

Aquella mañana nada hacía creer que algo importante pudiera ocurrir. Tony me esperaba como cada día encendiéndose un Fortuna. "Llegas tarde", me dijo. Tenía razón, como la tenía el día anterior y el anterior a aquel. Esperé a girar la esquina para pedirle un pitillo, no quería que mis padres pudieran verme con un cigarro en la boca.

Y así me encontraba yo; andando hacia el instituto con paso parsimonioso mientras jugaba con el humo de un Fortuna que se confundía con el intenso vaho en el que se convertía mi aliento en las mañanas invernales, cuando te vi aparecer corriendo por la esquina.  El plumas azul apenas dejaba ver tu incipiente silueta de mujer, unos vaqueros ajustados que dejaban ver la silueta de esas piernas, delgadas como espigas, llevabas los cordones desabrochados. Tu pelo empapado en aquella fría mañana me decía que a ti también se te había hecho algo tarde. Sufrí un escalofrío que poco tenía que ver con la temperatura . Y entonces con una lucidez impropia de aquellas horas agarré a Tony del brazo y mientras te señalaba le dije: esa chica será la madre de mis hijos.

Mi madre decía que con quince años no se pueden tener buenas ideas, que nada de lo que se diga a esa edad puede ser tomado en serio. Sin embargo no he vuelto a decir nada más en serio desde aquella mañana de invierno y jamás tuve una idea mejor que la de querer compartir mi vida contigo.

No vamos a decir que todo ha sido un camino de rosas, la vida no lo es. Tú y yo hemos reído y llorado casi a partes iguales. He enjugado tus lágrimas tantas veces como tú las mías y no me arrepiento de haber secado ni una sola de esas gotitas saladas que se deslizan por tu mejilla cuando te emocionas. Tus lágrimas y mis lágrimas; se han mezclado a menudo, porque somos dos, y eso significa que no existen tus lágrimas ni las mías, sino las nuestras.

Hemos crecido, aprendido, descubierto nuestros cuerpos en un largo día a día que, visto desde la distancia, ha durado apenas un instante. Hace un instante que me enamoré de una niña que llegaba tarde al instituto; una niña que todavía veo en tus ojos. Eres mi niña y estoy seguro de que cuando seamos unos ancianos arrugados frente a la playa te miraré y seguirás siéndolo. Siempre has sido mi niña, lo eres y lo serás.

Me han dicho tantas veces lo que me he perdido por amarte a ti y solo a ti desde que apenas podíamos pensar en la edad adulta, que lo normal es que alguna vez me hubiese planteado que tal vez fuese cierto. Pero no concibo la palabra amor sin que tu cara invada mi mente. No puede haber sensación más intensa que la sacudida que me recorre la espalda cuando me susurras un "te quiero". si esto no es amor, no envidio a los amantes.

Después de toda una vida contigo no puedo más que darte las gracias por cada sonrisa, abrazo, caricia y mirada que hemos compartido y decirte lo mucho que me ilusionan las sonrisas abrazos, caricias y miradas que nos quedan por compartir. Tengo que agradecerte que te hayas mezclado conmigo; que me hayas hecho mejor; gracias por la dicha infinita que me has dado dando a luz a esos hijos que un día predije que compartiríamos. Gracias por todo. En definitiva, gracias por demostrarme que si no es amor lo que siento por ti es que el amor no merece tanto la pena.